Tenéis espejos. Usadlos. Ved en ellos el preciado tiempo que os queda. Observad en ellos vuestra dura imagen. Carne. Átomos. Materia. La feroz materia que acorrala lo sensible. No tenemos nombre para ellos. Otra imagen más de tantas, concebida desde fuera. Pero fuera continúa limitándonos la muerte. Fuera, cada vez más lejana, la presunta muerte que no cesa de nombrarnos.
Nuestra sensibilidad no puede dominarlo, como no podemos dominar a los pájaros que no fracasan en su vuelo.
Hemos ignorado — una, diez, mil veces — las lecciones del sentido común, e insistimos observando las formas elevadas como si observáramos la causa del dolor.
Observa cómo se transforma el cielo. Después, reniega de tu corazón.
La brutalidad es la auténtica verdad, y la muerte llega siempre demasiado lejos.