
He querido percibir
un espléndido saber poético
en aquellos que se odian a sí mismos.
Pero cuánta gente despreciable
no prefiere en su ceguera
la maldad que transfigura su conciencia.
Ni los que se odian ante los espejos,
ni los que se entregan,
conocen la constancia del camino recto.
Cada nueva torcedura,
sin embargo,
revela en los que se temen a sí mismos,
el temperamento solitario
que cincela nuestro merecido infierno.