Despreciar después los manuscritos,
las páginas alucinadas,
la verdad enterrada bajo la decencia.
Despreciar también los libros
que nos enseñaron a creer en la belleza.
Como si al fin hubiéramos aceptado
la razón de la antiquísima condena
que nos empuja a superarnos.
que nos empuja a superarnos.
Como si aún pudiéramos reconocer
la herida de la mediocridad
oculta bajo nuestra enfermiza arrogancia.