8 dic 2006

Sucede el hambre y la tristeza; allá, en otro mundo.
Sucede. Sucede aquí también. Aquí. En este mundo.
La muerte también es un suceso en todas partes.
Algunos miran desde lejos entornando los párpados
porque acaso buscan la inútil expresión de lo moderno.
Algunos se conmueven firmemente viendo la miseria.
Hay quien no dice nada y se abstrae mansamente
en un juego tenaz que conduce a la palabra.

Pero sucede el hambre y la tristeza, los ojos desolados,
el rostro ennegrecido de tanto preguntar al hombre.
Sucede a todas horas que la vital gloria del hombre
depende muchas veces de un objeto. O de alimento.
O de algo que no se atreve a confesarse. Sucede.

Queda lejos para muchos el infierno,
para muchos ni siquiera existe ese lugar injusto
en que las almas vociferan hacia un dios que ya no existe.
(Es complicado. No existe. Aún así sucede en todas partes.)
Sucede que el hombre es a veces egoísta
creyendo que el daño repercute sólo en uno mismo.
Y no es difícil consolarlo. Basta con decirle una mentira
que el hombre reconoce y repite hasta saciarse. Sucede.
Y a quién le importa lo que a otro le sucede
mientras cada uno pone su felicidad a salvo.