11 dic 2006

La perfección, el arte de los vencidos,
la luz del sufrimiento que ignorábamos.

El arte de equivocarse para renacer intacto.

Comenzamos a cruzar la noche,
comenzamos a escribir la vida
sin tener en cuenta las palabras precisas
ni el encuentro imborrable.
De la nada rehacemos un reflejo
idéntico a este mundo. Idéntico
hasta que comprendemos que morimos,
que a costa de los ojos se crea un enemigo.

La muerte, la voraz pasión que no elegimos.

El fuego consumado que nos llama a la vida
a través de difíciles preguntas.
Debemos aprender a morir.
Pero antes a descifrar la vida.

Así caemos y caemos, lentamente,
en lugares remotos de nosotros mismos.
En lugares remotos que ni nosotros mismos
llamamos a existir a fin de realizarnos.

Y no sabemos hasta cuando erraremos,
ni por qué debemos nuestro corazón a una mentira.
Pero todo esto,
esta dulce imposición del peso prometido,
es la perfección, el arte de entender nuestro camino.