29 dic 2006

Si a tus ojos diezmados por la incertidumbre
pudiera yo ofrecer algo más perfecto, algo así
como un recodo caliente o minutos de luz precisa,
incluso el sosiego sucesivo de los mares sin luna.

Oh, si acaso supiera yo el amor devolverte,
el amor y el aspa viviente del molino encontrado,
la fuerza imprescindible de tu propio recuerdo,
devolverte a ti, su dueño, padre mío que amaste
el canto implacable de tu hermosa contienda.
Oh, si yo supiera, si hubiera sabido entenderte.
Todo ocurrió sin preguntas solemnes,
como un capricho que a la muerte obedece.
Así ocurrió tu muerte a tu muerte.
Azotando la noche llega un viento de furia,
inconsciente preludio de lo que ha de perderse.
Así tu muerte a mi vida, a mi razón de temerte.

Todo sucede cuando el tiempo se anuncia
como el gran vencedor de una renuncia inminente,
de un opaco sentir que se expande
como el hecho más vil por las calles vacías,
por aquel mundo difícil que tantas veces hollaste.
Así fue tu muerte a la muerte de otros,
como un turbio malestar que fecunda la duda,
como el verbo marchito de un poema inconcluso
al que debemos dejar su abatido silencio inerte.

Oh, si a tus ojos diezmados pudiera volverme.