11 dic 2013

En paz

Abrimos los sentidos con su roce.
Al fin, la noche. La estancia resplandece.

Acaso sea lo oportuno
hablar correctamente
del frío sedimento que deja la tristeza.

¿Por dónde empiezo?

Después de un largo infierno,
uno aprende a conformarse con muy poco.

La fábula de abrir todas las puertas,
provoca el mismo rictus de vergüenza
que el de un marido abandonado 
en consecuencia.

Y en tanto uno debe refugiarse,
uno aprende a refugiarse en lo que aprende.

Así dejamos, dejamos y dejamos
de calibrar la humillación,
de creernos criaturas especiales,
de pactar con los crueles
el precio malogrado de la fuerza.

Regresamos, pues,
a la impresión más clara del deber:
aquella que quisimos perpetrar
allá por la primera juventud,
y en cuya negación no había cobardía,
ni inconsciencia estricta de lo erróneo.

Razones,
el poso más común de la experiencia
precisa de razones
que obliguen a salvarse diariamente.