Abrimos los sentidos con su roce.
Al fin, la noche. La estancia resplandece.
Acaso sea lo oportuno
hablar
correctamente
del
frío sedimento que deja la tristeza.
¿Por
dónde empiezo?
Después
de un largo infierno,
uno
aprende a conformarse con muy poco.
La
fábula de abrir todas las puertas,
provoca el mismo rictus de vergüenza
que el de un marido abandonado
en consecuencia.
que el de un marido abandonado
en consecuencia.
Y en tanto uno debe refugiarse,
uno
aprende a refugiarse en lo que aprende.
Así
dejamos, dejamos y dejamos
de
calibrar la humillación,
de
creernos criaturas especiales,
de
pactar con los crueles
el
precio malogrado de la fuerza.
Regresamos,
pues,
a
la impresión más clara del deber:
aquella
que quisimos perpetrar
allá
por la primera juventud,
y
en cuya negación no había cobardía,
ni inconsciencia estricta de lo erróneo.
Razones,
el
poso más común de la experiencia
precisa
de razones
que
obliguen a salvarse diariamente.
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