15 nov 2009

El asesino

Sólo digo que el primer asesino de dios
acaso pudo llamarse nada más que Darwin,
y ser un hombre como todos los demás hombres...
Y también que pudo ser alguien descontento
por no haber pisado nunca el paraíso.

Digo también que no le pareció justo
el castigo divino, sudar tanto para ganarse el pan,
morir tarde o temprano, perder al fin y al cabo…

(Y sufrir en la ignorancia y todo eso.)

No le pareció justo. ¿O tal vez no le importaba?
Lo cierto es que hubo de negar
definitivamente
la nostalgia incierta ante cualquier paraíso.
Y desmintió el pecado. Y levantó el castigo.

Y acaso los primeros homínidos del mundo
tenían un alma inmortal como la nuestra,
o tal vez todos los hombres,
del primero al último,
fuimos siempre animales cartesianos.
Esto es: torpes criaturas sin alma ni destino…

De ser así, la única divinidad
en la que aún podemos confiar los más escépticos,
no es otra que el progreso, la imparable técnica,
la violenta industria que poco a poco nos convierte
en extraños dueños de un mundo condenado.

Sólo digo que hoy quizá seamos
una raza templada por el roce consciente del abismo,
pero también bestias pudorosas,
avergonzadas, acaso,
de haber traicionado su propia naturaleza
al admirar la belleza de unas sombras fugitivas.