
En nuestra relación
casi todo era teatral,
ridículo,
impostado.
Y también,
terriblemente dolido.
Sigo haciéndome preguntas
casi a diario
sobre la naturaleza de nuestra historia.
Aun sin hallar respuestas,
creo que lo peor de nosotros mismos
a veces logra ennoblecerse
gracias a rencores teatrales,
ridículas discusiones
e imposturas
que no podrá franquear cualquiera.
La infelicidad,
pese a ser una fea criatura,
encierra un conocimiento de la virtud,
que la más perfecta virtud
no consigue imaginar
desde su estática frontera.