Recuérdalo,
recuérdalo siempre. Querías estar ahí. Entre el genio y la locura.
Ensanchando distancias para serenar la brisa, robando lentamente el
saber de los jazmines o asimilando la lección de la ebriedad para
embriagarte a diario. Reconócelo: era oscuro tu sueño. Demasiado
común la vida. Aún retornas muchas tardes a esa adolescencia
impracticable, a tu infinito dialecto de triunfador social ante el
espejo. Ardes y te revuelves como entonces. Como si pudieras borrar
de un plumazo los últimos quince años de tu vida. Como si tu
carácter no estuviera ya esculpido entre extraños.
No
sigas mucho más con esto. Siempre te gustó detenerte en soledad, ya
de madrugada, para recrearte con melancólica inconsciencia en la
posibilidad de ser nada más que el creador sensible.
¿Qué importará pues esa brizna de locura o que tu verdad continúe
para siempre a años luz de la verdad de tu círculo cercano? Todo
cambia, vuelve y permanece. Algo perderás, sí. Qué no habrás
perdido a estas alturas. Venimos al mundo con esa sensación de
desarraigo.
Deberás, por tanto, pactar con lo terrible. Ya lo sabes.
Hazlo. Y si te invade el turbio malestar de nuevo, recuérdalo, recuérdalo siempre:
tú, compañero de insomnios y fatigas; de desnudos, amores y
sentencias, tú, queridísimo amigo, mi loco Sancho Panza,
¡convocaste tantas, tantas veces la belleza que no pudo quedarse!
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