12 abr 2010

La otra cara de la venganza



Nuestra generación, como las generaciones anteriores, no cree en el respeto. Esto será así hasta que la siguiente hornada de jóvenes salvajes empiece a tratarnos como si no sirviéramos para nada. Entonces, no les quepa duda, nosotros también empezaremos a urdir complejos universos morales en los que el más fuerte no pueda tener nunca la razón.

Un joven respetuoso es para sus semejantes un joven que se niega a dar la cara por la libertad. Está bien que así sea. Nunca me he sentido más esclavo de mí mismo que cuando tenía diecinueve o veinte años. Entonces pensaba que ese yugo formaba parte de todos los condicionantes sociales que nos impone el vivir en ciudades atestadas de individuos que ignoran qué es lo que les conviene. Ahora me doy cuenta de que esos condicionamientos eran y son parte de una personalidad que no siempre resulta ser como los demás quieren que sea. Lo que quiero decir es que a los veinte años era un completo estúpido. Pero un estúpido que creía en la libertad total del ser humano.

Ahora considero que mis temerosos límites son parte esencial de lo que soy. La experiencia directa con la violencia o con la burla despiadada, han devastado mi entereza idealista. Y no creo que tener miedo sea tan malo. Puedo decir que la vida me ha enseñado que peor que el miedo son las cosas que nos hacen comprender nuestra angustiosa fragilidad. Peor que tener una visión azorada del mundo, será siempre ese mundo en sí. Dirán que soy un revolucionario fracasado y algo resentido. Pero para que el individuo sea libre sin morir en el intento, la única manera ha de ser profesándose a sí mismo el mayor de los respetos. Respeto que, viéndolo otra vez desde los ojos de un joven recién salido de la adolescencia, no sería más que ese antiquísimo temor hacia lo que somos. Temor hacia el daño que podríamos causar a los demás y a nosotros mismos.

El valor es una cosa extraña. Muchas veces tengo la impresión de que se trata de la simetría invertida de un espejo en el que estuviese reflejándose la crueldad humana. Ser valiente ante la maldad, implica actuar coherentemente, convencidos y del mismo modo… Pero siempre desde el lado contrario, respondiendo con la justificación sagrada del que ha sido provocado.