Derrochada la furia 
por la ocasión contraria 
de encarar los espejos,
no hay amor ni desprecio
en la luz que doblego conmigo.
Nada más que la piedra
o el árbol destinado
a ignorar su existencia.
No albergo nada
desde mí hacia mí mismo,
sola la natural inconsciencia 
del pájaro, del fuego, del mar
que devora un poco de tierra.
Estoy cansado de amar mis pretextos
mientras los ríos sempiternos  
pasan y olvidan, aprendiendo 
a ser tiempo en el tiempo.
Intento ignorar que soy todo.
Y ser todo al cantar 
todo lo que desconozco.