Un naufragio inevitable
en la orilla solitaria del absurdo.
Allí donde la soledad eres tú,
cada día debo despertarme
ante un amor que nadie más entiende.
Y respirar, cada día,
el salitre envenenado del silencio;
y cada día preguntarme
qué distancia es más real,
si aquella que sentimos
cuando la noche se detiene
o esa otra
de cuerpos invisibles
y vanas sombras verticales
atadas al olvido.