Somos ese triste animal 
educado a la luz de cálidos afectos.
Una bestia que acaso trate de soñar  
que su naturaleza está más allá 
de cualquier divinidad artificial
engendrada siempre por el progreso.
Mas un animal es lo que es
porque su eterna naturaleza 
parece casi una fuerza sagrada.
Sólo un hombre, cualquiera,
no podrá ser sólo un hombre despierto 
si no se enfrenta viviendo a su tiempo,
a la luz del sol o a la noche rasgada
por su propia voluntad de fuego.