Todas las canciones de entonces
guardan en su fondo de inocencia
la melancolía incierta 
de una despedida tan azul 
como el inevitable olvido.
Aquellos rostros nuestros, 
aquella constancia,
las derrotas con las que ganamos 
el lento devenir de la palabra,
incluso la paciencia que perdimos 
intentando controlar nuestro destino.
Todo, hasta nuestro corazón de entonces,
es hoy fría hechura de silencios, 
pasión calcinada por los ojos y el fracaso.
Nuestra historia es un reloj
bruscamente detenido 
cualquier tarde de aquellas.