5 abr 2008

Renazco si tu voz me presta
el milagro cotidiano, la creencia
que revelan las palabras nuevas
de tránsito o de júbilo,
el hallazgo imprevisible
de tus actos más cercanos.
Entonces, mis cabellos son inútiles,
inútiles mis manos, mi vergüenza,
mi sueño de amedrentar al miedo
como el miedo me amedrenta.
Inútil mi palabra y mi secreto.
Inútil todo lo que he sido
antes de sentirte hablando
en el centro infinito
de toda la ternura que adolezco.

Porque renazco cuando dices amar
la cadencia oscura de mis labios,
renazco desde las noches milenarias
que arrojan su viento desgarrado
contra estas pobres manos
que aferro a tu vientre de luz perpetua.
Renazco desde las horas marchitas
que me esperan en la tarde eterna de la infancia.

Renazco y no soy yo. Soy un sueño
que soñaban las gaviotas de tu playa
cuando el mar jugaba con tu asombro,
con tu interminable mirar de ola,
con tu falda de verano.

No soy yo ahora,
ahora no me sirve mi pasado.
Renazco.