piensa en algo parecido
a una madre de larga cabellera rubia
junto a dos niños monísimos,
rubios también,
preferiblemente de melena corta.
En algún punto de la adolescencia de uno de los niños,
algo choca contra el cuadro.
Entra en escena la visión no deseada,
el cruel espasmo,
la realidad real de temblor sombrío.
Sobrevive el adolescente al encontronazo,
pero en su rostro queda dibujado el miedo,
y la incomodidad visible
ante la blanda pasta de la que está hecho.
Está grabada la solución a esto
de algún modo en la genética:
el adolescente buscará veneno.
Buscará drogas.
Buscará alcohol.
Buscará la más oscura literatura.
Oh, sí, madre: quiero envilecerme,
necesito envenenarme.
Llegado el momento,
todos los habitantes de este mundo, hasta tú,
que no supiste hacer nada al respecto,
aprenderéis a tenerme miedo.