Nuestro anhelo de perfección
concibió a las máquinas.
A las máquinas,
que nada sienten, ni recuerdan
el lugar exacto de la herida.
Las hemos engendrado
para que nos corrijan.
A nosotros,
que solo equivocándonos
podemos experimentar
A nosotros,
que solo equivocándonos
podemos experimentar
el saber inmemorial de la osadía.