Una sensibilidad vulgar, siempre rota,
siempre atenta para todos.
Un sentir inferior, sin grandeza,
lleno de lamentaciones.
Aprendí a ver el aire con mirada turbia.
Y el calor y la piedad eran fáciles de evocar.
Entonces, bastaba con cualquier cosa.
Solo había que experimentar
aquella insignificancia de la condición adulta.