Lo interior concede
el codiciado fruto,
surge, como el arte,
de lo no expresado,
de lo inexpresable,
de la neurosis del cobarde
que vivirá por siempre.
Somos el calabozo
donde nos encerraron.
Lo lejano así,
lo ajeno, lo tangible,
parece más hermoso
desde la ventana hermética.
Semeja el centro de la celda
lo más propio,
el reino que perdemos,
la verdad que sabemos e ignoramos,
la sombra que proyecta a diario
el ocaso predictivo de la mente.