8 oct 2012

Rutina cuántica



En mi peor pesadilla, mi voluntad contiene todo lo existente. La realidad, convertida así en manifestación interior, solo puede sorprenderme en la medida en que yo mismo concibo lo desconocido. De ese modo, porque yo pretendo o incluso temo que transcurra así, el planeta entero es la ensoñación de una deidad solitaria y diminuta.

A este cuadro contribuye siempre la rutina, aquel tedio que condiciona la conducta hasta hacerla sutilmente predecible. Dentro de ese marco limitado, las pequeñas “adivinaciones” que se infieren de una determinada tendencia en la forma de actuar de tal o cual persona, refuerzan o rechazan indistintamente la idea de que mi voluntad siempre ha avanzado hacia algún lugar liberador. Paraíso en que los otros son entidades reales, dotados también de voluntad propia.

A ratos soy consciente de que todo lo que aquí describo, es producto de una mente alucinada. A ratos, no. En cualquier caso, el salir de esa rutina, provoca el mismo impacto emocional que generaría en un melómano extremadamente sensible, el hecho de pasar de un día para otro del perfecto minimalismo a un estridentismo dodecafónico.

Demasiadas variables. Demasiadas. Pero resulta que cuando me he enfrentado durante una larga temporada al estímulo de lo imprevisible, me habré sentido descentrado, sí, pero al mismo tiempo me he visto liberado de esa aterradora idea que enunciaba al principio.

Nada como dejarse vapulear por la infinitud para descubrir que, efectivamente, la realidad no es invención nuestra.