Qué cantar nocturno y frágil,
desarraigado, inútil;
voz desplazada,
consecuencia de la niebla que nos une.
Qué sueño redentor.
Qué luna indiferente.
Corramos un telón de piedra,
volvamos a la opción furtiva
de dejar correr los días
abriendo cicatrices lentamente.
Llamemos a escuchar así
a ese público aquejado
por pretensiones solemnes,
oculta hacia su sien la inercia
de humillar al indecente,
distinto por dicción, andar y genes.
Estad atentos,
pues piedad os pido para él, malditos;
que tanto celebráis con la cabeza alta.
A ver si alguna vez tentáis,
aprendiendo conmiseración de mano
de quien pudiera despreciar vuestra ralea,
de quien pudiera despreciar vuestra ralea,
la simple dignidad del sufrimiento
que siempre rechazasteis pavorosamente.