16 mar 2010

Juegos

Hicimos el ridículo al odiarnos.
Torpes desconocidos,
obstinados en superarse
cuando más simple era la cota
que impone la expectativa del adiós.

Y parecíamos feroces,
sobre todo, amor, cuando de los dos,
ninguno sabía detener aquel torrente
de aguas turbias, veloces; de errores
tan comunes como lo fuera el perdón.

No me malinterpretes.
Hubo tardes de abrigo, y también noches.
Te quise en la vertiente de un río
que solo es navegable
al sumergirse hasta su lecho de azul.

Solo me arrepiento del daño
que los dos nos hicimos
amparándonos en las cicatrices
que abrieran tantos juegos al sol.

La culpa es un dolor duradero.
La culpa y su reflejo enajenado de amor. 

Imagen: David Alfaro Siqueiros