1 oct 2006


No es sólo predilección por el transcurrir
lejos del tráfago interminable de la razón.
Discernir no debe preocuparte nunca,
más que para tener el impulso certero
al límite en que debes enterrar entre las manos
el semblante cansado de tan profunda tristeza.
Pues realidad y belleza, razón y plenitud,
muerden distintos extremos de la misma presa.
El hombre, en su dorada esclavitud, piensa poco,
haciéndose testigo de fútiles cimas, se guarece
en aquello que al contemplar le reporta
la enfermiza índole del esteta. Ésta es,
ante todo, la causa que le lleva a entronizarse
sobre las demás bestias del paraíso.
Si la belleza, ese pájaro extraño de oscuras cadencias,
se te aparece un día reclamando todo tu saber mundano,
entrégaselo. Y disfruta después de entregarlo.
Lúcidas ensoñaciones, al parecer, se le anticipan
al hombre que renuncia a la verdad de buen grado.

Pues a fin de cuentas, todo hombre de la mentira vive,
en diferentes medidas que no comprenderán

sino los más cercanos.
Preferible debería parecerte entonces
la enfermedad del esteta a la preocupación del sabio.