
Moldeé un monstruo persuasivo
a imagen y semejanza mía.
Lo llamé amor, y destrocé su alma
ofreciéndole un espejo
donde no pudiera conocerse.
Cantaba ese blanco monstruo al anochecer,
cuando todo era cierto.
Cantaba como las sirenas cantan
la intranquila desventura de la carne,
la intranquila desventura de la carne,
con la profundidad de un saber inútil.