10 jun 2012

Sobre el verbo fracasar

Esta noche, ante el ordenador, llama mi atención el no haber conocido a nadie que haya tenido éxito en la vida. A nadie que haya acabado trabajando en algo que representara la verdadera vocación de su temperamento. Con esa cualidad y que, además, conociera en algún momento de su vida un amor más o menos duradero, no solo no conozco a nadie, sino que ni siquiera creo que exista. Bueno, miento: conozco a dos que lograron cumplir con el fantasma de la niñez. Uno de ellos no me parece una buena persona. Ni me lo parece ni lo es. El otro triplica el tesón de este que está aquí, pero tengo que añadir con todo el cariño del mundo, que suele darme la impresión de que siempre le ha faltado algo.


Antes de pensar en todo esto, salí a beber algo, miré a mi alrededor en el lugar de siempre, ¿y qué sentí? La cercanía de todos los que habían fracasado en su sueño de juventud. Así que nada cuesta reconocerlo: ahora yo también soy uno más. 

He decidido abandonar a falta de una semana para cerrar el curso.

Habrá a quien esto le parezca una historia horrible, pero lo que acabo de decir no implica necesariamente portar una fatigosa carga.

Más bien todo lo contrario.