2 jun 2007

Entro en casa después de mucho haber buscado
rubios jirones de luz entre las nubes violáceas.
Hace tiempo la gente hubiera demostrado
un fingido saber estar ante la naturaleza,
sin que sus sombras se alejaran del hogar,
ni sus sencillos trajes de domingo
se volvieran feos harapos durante el diálogo.

Entro en casa después de unas horas,
con la tibia sensación de no haber partido
más que para beber la noche del riachuelo,
que juega para mí sobre un sueño artificial.
Aun así, mientras el asfalto se tiña de nostalgia,
el óxido continuará devorando nuestra memoria
con oscura paciencia inadvertida.

Jamás entenderás…
Sólo te tengo a ti y no sé quién eres.
Que tu voluntad sea la de encontrarnos
aunque así pase otro millón de años.