12 abr 2010

(Interludio)





Llego a una calle fabulosa, borrosa de luces y de frío, donde juegan solos a ser libres. La vida se humedece al tacto con la sombra. Mis dedos destilan gota a gota un fuego que no alumbra. Tuve un alma, lo recuerdo: era aquel paisaje rumoroso hacia el que huyo todavía. Me uno al corro demente de los que creen que su salvación se encuentra en una calle fabulosa, borrosa ya de luces y de frío.

Jugamos a lo que seríamos si la vida fuera lo que supusimos aquel día.

El ritmo anárquico del mundo comprende situaciones como esta. Donde un pájaro es más que un pájaro cuando se debate como símbolo de una niñez introvertida. Sus voces no se escuchan, ni siquiera cuando gritan con el gesto la verdad por la que dudan. Tiene la calle ese no sé qué de espejo para un mundo que solo se refleja en la mentira. Estoy en todos ellos, sin nombre, sin miedos ni preguntas. Sin excusas que ofendan la vergüenza del que teme consolarme. No hay dios que se interponga entre nosotros cuando calculamos un crimen sin coartada. Jugamos. Dios no está aquí para llorarnos.

Oscura tras los ojos, la penumbra que nos une comienza a disiparse. Un sol sin vida encuentra su horizonte. Mas la pesadilla es simple como el alba: por más que crea en la belleza, el día solo llega para cerciorarme de qué cosa fue la noche.