3 abr 2010

Adolescencia

¿Dios? No sé, no puedo suponer ahora
en qué otro asunto infinito
estaría entrometiéndose de tarde en tarde.
No, yo no era tan niño...
Mi cuerpo se tensaba lentamente,
como el hilo de luz que sujeta la brisa…
Bueno, era joven. Pero no tanto.
A lo que íbamos…
La tarde se quedó muy quieta.
La tarde era otra forma
de decir que el mundo estaba encinto
de vaga gratitud y verdores ingenuos.
Recuerdo que la soledad era un juego.
Primero se confundió conmigo.
Luego fuimos cielo, fuente, rebelión o gloria,
plaza de hormigón y sombra…
y cada cosa que se oculta
de su propia plenitud
en la perfección dudosa que aparenta.
El cielo ya tenía sus límites abiertos…
Sí, claro que era necesario
darle gracias al sol y a la impaciencia,
porque entonces la vida
sucedía entre espejismos casuales
cargados de sentido o de inocencia.

Solo había que vivir para entenderla.