Solo en contadas ocasiones
sentimos el verdadero golpe.
Las más de las veces,
donde deberían estar el afecto
y su más oscura catástrofe
— otra vez os hablo de la muerte —,
en realidad no hay nada.
Es por ese vacío ya sabido,
por ese no haber nada,
que algo inmemorial nos reconcome,
que nuestra tibia oscuridad se llena muchas veces
de las más extrañas pesadillas.
Así, la ilusión sentimental que construimos
para los que partieron sin dejarnos esa huella,
quizás fuera perfecta.
El instante por el que comprender
que las distancias que alzábamos ante su ignorancia,
eran mucho más reales de lo que pensábamos,
creedme: no lo es.