Condena del compasivo

Muchos de los que me rodeaban
eran criaturas patéticas,
pero los quería.

Cómo no querer,
cómo no amar a cualquiera que se halle
predestinado por su temperamento
a la más oscura inferioridad.

A veces creo que lo que sentía,
me obligaba de algún modo
a darles algo de mí,
de mi alma,
de mi incipiente luz.

Muchas veces creo que así ha sido.

Quién sabe, tal vez mi vida hoy sería otra
si jamás hubiera sentido debilidad alguna
por esas desagradecidas criaturas.

Sobre el vacío que dejan tras de sí los muertos a los que no amábamos

Solo en contadas ocasiones
sentimos el verdadero golpe.

Las más de las veces,
donde deberían estar el afecto
y su más oscura catástrofe
— otra vez os hablo de la muerte que nos sigue —,
en realidad no hay nada.

Es por ese vacío ya sabido,
por ese no haber nada,
que algo inmemorial nos reconcome,
que nuestra tibia oscuridad se llena muchas veces
de las más extrañas pesadillas.

Así, la ilusión sentimental que construimos
para los que partieron sin dejarnos esa huella,
quizás fuera perfecta.

El instante por el que comprender
que las distancias que alzábamos ante su ignorancia,
eran mucho más reales de lo que pensábamos,
creedme: no lo es. 

Por más que el dolor soñado no sea el verdadero, 

os digo que no lo es. 

Cada cual ve el mundo a través del prisma de su propia identidad

Aprender a no ser nada,

a no ser nadie.

Es la única manera
de ver las cosas que nos conciernen 
como son en realidad.