Traicioné mi propio nombre.
El camino era el estudio de las normas,
despertar al alba,
trabajar más duro cada día.
Debía de llegar al mundo.
Pero me adentré en lo errático:
un tierno adolescente ebrio
rompiendo su mirada para convertirse en otro.
Un tierno adolescente ciego
traicionando su futuro
por la naúsea hacia la estirpe de los débiles.
Construí así mi identidad hacia lo ajeno.
Hacia las miradas que remueven nuestros rostros
sin caer siquiera hacia el abismo.