
Nos refugiábamos en el vacío,
y el vacío era
otra ficción inútil.
Nos refugiábamos porque estábamos llenos
-demasiado llenos-
de insensibilidad al dolor.
Prometía el vacío
convertirse en aquella herida
que no cerraría nunca.
Como nunca cerraría
el clamor primitivo de la noche
las puertas del corazón.