Cuando pienso en la fama,
no pienso en el público,
ni en mí, ni en mi
relación
con el público.
Pienso, más bien,
en una fuerza omnisciente
poniéndome a prueba,
decidiendo qué merezco del oficio,
sin que nada
ni nadie
entienda ese criterio.
Esa fuerza podría
convencer en sueños
a todos de mi talento.