Lo sé. Discúlpame.
Terminé de criarme en los noventa,
una rara década, la década
trémula y siniestra
del lobo y de la máquina violenta.
Considerábamos entonces
profundamente interesantes
la estupidez, la crueldad,
la ineptitud corriente
del estudiante corrompido
por el buen ejemplo del sistema.
Discúlpame por ello
una y mil veces, así lo ruego.
Mi cerebro se gestó
en la extrañeza
de un descomunal dilema,
el de la integridad y la supervivencia
en el implacable cosmos de la suerte.
Terminé de criarme en los noventa,
una rara década, la década
trémula y siniestra
del lobo y de la máquina violenta.
Considerábamos entonces
profundamente interesantes
la estupidez, la crueldad,
la ineptitud corriente
del estudiante corrompido
por el buen ejemplo del sistema.
Discúlpame por ello
una y mil veces, así lo ruego.
Mi cerebro se gestó
en la extrañeza
de un descomunal dilema,
el de la integridad y la supervivencia
en el implacable cosmos de la suerte.