17 jun 2009

El pudor y la experiencia

El dolor nos muestra tal cual somos.
Y hay en su inercia inevitable
un pulso de luz remota,
un espejismo incrédulo
de oscuras decepciones
que niegan su aciaga máscara secreta.

¿No es necesario sufrir ciertas verdades?
Aceptar ese deber hace del alma
la imprecisa convicción desnuda
que una aurora eterna sostiene sobre el mundo.

Es el llanto la obligación sagrada
del que parte cada noche hacia el poema,
del que busca su destino en la palabra.
Es la herida la calle solitaria
por la que ayer debimos errar juntos.
Así nos hemos vuelto únicos y extraños,
imprescindibles como fatídicos hermanos
que hoy también se reconocen
tras perder discretamente otra batalla.

Y si mirarnos en los lejanos ojos de lo amado
hace que seamos un poco más hermosos,
es porque el dolor, ese silencio,
nos muestra mientras tanto tal cual somos.

Lo demás, sin embargo, ha de ser
tan incierto como la inocencia
de un triste soñador enajenado.
De alguien que todavía cree
que al sentir de nuevo el mismo daño
podría ser mintiendo cualquier otro.