18 sept 2012

Mestizos

Como escritor y parte implicada, he cedido a menudo a la tentación de defender a todo el que un buen día se atrinchera en la locura, y, desde esa negación de lo común, levanta un asombroso reino sobre el que juzgar o agonizar a capricho en un astuto “todo vale” o “no soy nadie”.

Curiosamente, hoy no me parece lo adecuado.

Nadie elige, o al menos yo me siento incapaz de entenderlo así, la ocasión ni la durabilidad de su demencia. Hay, sí, una invocación previa quizás... Solo que el considerar que toda temporada en el infierno sucederá siempre por voluntad propia, podría suponer también que cualquier concepción heroica o romántica de dicho mal, se tambalease angustiosamente hacia el lado menos acertado en el momento menos oportuno. 

Empezando por el principio, siempre cabe la posibilidad de que la realidad común no resulte de igual índole para todo el mundo. 

En cualquier juicio subjetivo que podamos emitir sobre la misma, siempre habrá un margen de error amplísimo determinado por el carácter del sujeto que se enfrenta a ella y la circunstancia directa que lo exalta o lo reduce a vivir presionado por un malestar constante.

La locura, pues, se presenta entonces como la gran utopía personal. Pero podría suceder que la fatigosa realización de tal empresa, se hiciera en su proceso tan irremediable, que algunos la tentaran hasta el límite de la más oscura soledad; la misma que nos distancia de los demás en lo esencial para relacionarnos. 

La familiaridad del amigo, de la madre, del tendero, del psicólogo o de los demás que la padecen, suele desaparecer temporalmente, quedando en su lugar un telón de máscaras al descubierto.

Nadie sabe cómo tratar al loco y el loco no sabrá tratar correctamente a nadie.

Así, la utopía del que ya no tiene más remedio que vivir en libertad, solo puede manifestarse de dos maneras: percibiéndola como marginación o asumiendo pausadamente la actitud del solitario que ha adquirido conciencia de la realidad que le tocó vivir.

Ni que decir tiene que esa segunda opción, ahora sí, me parece muchísimo más cuerda que aquella con la que empezaba.