Entre el sentimiento fingido
y la cruda realidad del vacío diario,
aún prefiero la terrible máscara,
el sentimiento falso,
ese ingrato no saber
cómo se construye el misterio sensitivo.
Tanto el fingimiento
como la más cruda realidad de nuestros actos,
son, sin lugar a dudas, igualmente aborrecibles,
y si en verdad pudiera preferir
— o incluso elegir algo,
aunque fuera una sola cosa para contentarme —,
elegiría el sentimiento verdadero.