7 abr 2011

El rostro en el espejo

Hace no mucho tiempo, un joven sin rostro paseaba por una extraña tierra. Dicen que estaba iluminado por una feliz sabiduría y que, de haber tenido un rostro, hubiera sido un joven tremendamente hermoso. Paseando llegó hasta el claro donde se erguía un oscuro almendro, y allí se sentó a ordenar sus impresiones. De la nada apareció entonces una muchacha de aire triste y rasgos delicados. Inmediatamente, el joven se acercó a ella. “Ven conmigo”, le dijo. Pero ella, algo turbada, no reconoció al amante. Tan solo preguntó: “¿quién eres?”. Y después de un silencio de indecible significado, este le respondió abiertamente: “no lo sé, pero ven”.

Esa respuesta hizo que la muchacha, resuelta a averiguar la verdad, decidiera al instante aceptar la proposición del joven.

Durante un año, vagaron por aquellos reinos que solo el joven conocía, y fue tal la belleza de algunos de los paisajes que encontraron, que el corazón de aquella muchacha, mitad niña, mitad señora del silencio, comenzó a conmoverse ante la sabiduría de su enigmático guía.

Finalmente, los amantes llegaron a la tierra del Principio, que era el único reino donde la vida es vida y nada más. Fue entonces cuando el joven se decidió a sacar un pequeño espejo del bolsillo de su pantalón. Y he que al ponerlo ante la mujer que tanto amaba, ella al fin pudo comprender con claridad que, como condición a lo que sentían, ninguno de los dos podía poseer un rostro.