28 ene 2009

devenir

Arden tibiamente todos los relojes…
Arde nuestro tiempo,
arde también el misterio consabido
que supone el esperar aún lo inevitable.
Pasarán al menos dos semanas
hasta que volvamos a vernos,
hasta que el tiempo dejé de quemar
la negra soledad del viento.

Pasarán luego, tras un azul te quiero,
los olvidos y las huellas; los silencios
y las efímeras palabras dulces de consuelo.
También pasará nuestro momento,
esa mirada recíproca
que nos hará creer de nuevo
en la esperanza adolescente
o en el quizás perfecto.

Así pasarán la vida y el sueño,
igual que el amor y que la muerte,
en un transcurso lento
que la Historia de los hombres
no podrá conocer, aunque prosiga
entre tú y yo el lento devenir del tiempo.

Y pasará el dolor por miles de generaciones
y la mentira sobre millones de pueblos.

Pero yo seguiré necesitando más tiempo,
más del que habrás podido darme.

Pues, si nuestra historia es infinita,
habrá de seguir siempre incompleta,
porque es como el eterno trance
del niño nonato que ha de buscarte,
porque no sabe llorar cuando está solo.

Solo y esperando en la noche
el momento en el que hallarse
al fin en ti
o en la soledad de nadie.