25 jun 2015

Nota de diario

Dividir, confrontar. Esa parece la intención última de la politización de lo personal. Paralelamente, algo similar sucede en el terreno del arte. Hace mucho que ser lector de tal o cual escritor, está reñido con comprender y disfrutar con equidad de la obra tal cineasta o de las melodías de aquel cantante pop de la década que sea.

Todo en el arte, aunque a menor escala, también es división y confrontación. Desde principios del siglo XX, autores como Wilde o Sartre desconfiaron públicamente de la concordia o de los totalitarismos redentores.

Nunca terminaré de entender ni lo uno ni lo otro.

Para el humanismo marxista, los procesos dialécticos evolutivos o re-evolutivos pasan por esa misma confrontación. Pero, tanto es así, que individualmente ya todo nos aleja. Hasta dos enfoques correctos o adecuados, chocarán buscando la supremacía en esta idiotez moderna, posmoderna o cómo queramos llamar a este desaguisado.

La disidencia, creo, será siempre inevitable e incontrolable. ¿Pero por qué disfrazar la inquina capitalista, tan trivial por lo demás, precisamente de eso, de disidencia intelectual elitista?