1 ago 2012

Definitiva





Toda estructura supone un desarrollo coherente entre un planteamiento y un desenlace. Si apresuramos el final, de inmediato arderá el silencio en la herida abierta a la impaciencia. Por el contrario, si alargamos lentamente la cadencia, ha de ser dulcemente: nada de ritmos estrambóticos, ni de espejismos macabros en la noche. El cierre definitivo de cualquier invención, esconde en su vacío cierta sonoridad a fosa para el alma. Es por ello que el camino nunca debería alargarse innecesariamente. Así, corresponde ahora aclarar que determinadas historias, en especial las amorosas (sí, sobre todo esas), pueden contener en sí mismas multitud de finales indistintos, capítulos que la razón cierra para continuar, al final y siempre, con la incansable argumentación de los amantes.

Es precisamente ese deseo de dar por definitivamente concluido el pulso de la eternidad, lo que genera en sí mismo un renacer tras otro. Porque, si bien el hombre acaba siempre por destruir lo que ama, el amor suele optar por renacer a traición, ya sea en forma de llovizna, de humo, de canción o de asombrosa nostalgia que evoque hasta el grave juego de la sangre.