25 dic 2010

En cada una

En ti veo a todas las que he amado. En ti danzan armoniosamente. Si consigo que acaricies esa nuca tuya mientras te contemplo, percibo la delicada textura de tu cuello (casi brisa, casi luz en roce), y así te reconozco: ese gesto ya lo he visto antes. Fue razón de amor ante otras.

El otro día alzaste sospechosamente una ceja (la derecha, creo), y tú preguntarás por qué me acuerdo de algo tan tedioso. Muy fácil. Hace cuatro o cinco años, me dio por releer un libro de Hesse: Demian. Como este alemán circunspecto insiste lo suyo en la importancia del carácter cainita, yo salí a la calle dispuesto a plantar cara a los abélicos. Y he que al coger la línea que termina en La Laguna, una mujer percibió el oscuro estigma de mis ojos. Sin mediar palabra, intentó entrometerse. Al rechazarla en silencio, enarcó la misma ceja (sí, la derecha) que tú alzaste misteriosamente. Ni que decir tiene que hubiera dado mi vida por aquella mujer si tanta literatura tendenciosa no hubiera enfriado mi corazón hasta romperlo.

Y aún hay más. Hace dos semanas me sonreíste como aquella niña de la que me enamoré en el colegio. Cuando percutes los cinco dedos de tu mano derecha contra la mesa, veo claramente el gesto de Begoña, a la que quise convertir en madre de los cielos y la paz ultraterrena... ¿Para qué seguir? Podría enumerar a todas las mujeres de la tierra. Ya lo dije. En ti veo a todas las que he amado. En ti danzan armoniosamente.