24 oct 2009

A lo hora de perder el juicio

I

Una cosa es que deba ser tolerante en mis juicios morales. Otra, muy distinta, es que en ocasiones no quiera comprender que ciertas acciones malintencionadas puedan ser tomadas a la ligera o consideradas de naturaleza ajena a esa voluntad de juicio. Más allá del bien y del mal, sólo podremos encontrar a algunos sabios ya casi perdidos, a otros tantos locos y a aquellos a quienes la vida ha rehusado comprender en cualquier término moral.


II

Sé que hago mal hablando de ciertos temas en público. Lo que aún prefiero ignorar es por qué.


III

Es cierto que la vida cotidiana exige de unas buenas dosis de frívola teatralidad. Pero basta. No puedo aparentar siempre que ignoro cuanto pasa a mi alrededor.


IV

Todo nuestro entendimiento radica en nuestra voluntad de juicio, capacidad que a veces choca con la mentalidad de nuestros semejantes. Se trata, pues, de un dilema puramente humano. Si piensas que los árboles, la densidad abstracta de la luz o la cambiante arquitectura del mundo intervienen en tu necesidad de comprender a los que te rodean, te equivocas. Y si en verdad intervinieran, entonces sí te aseguro que errarías de pleno.


V

He perdido la cuenta de los años que hace que perdí el juicio. Puede que cada frase que haya dicho desde entonces, sea parte de un trágico intento por recuperar la cordura. Pero, bien por una cosa o por otra, ya no me arrepiento nunca de intentar hacer lo correcto.


VI

Vale, lo admito. No habría sido capaz de encajar una mala crítica. ¿Pero era mucho pedir un solo elogio coherente?