26 ago 2008

Varadas a la sombra
de un tiempo que pasó despacio
me quedan algunas de mis difíciles pasiones,
mis horas conversando
con algún fantasma literario,
el silencio que guardara con mi hermano,
alguna alucinación para el poema,
algún llanto y multitud de ausencias.

La adolescencia es un sueño extraño.

Aquí, en esta ciudad indiferente,
probé la vida por vez primera,
yo también nací a la fuerza
en los jardines infinitos 
donde descansa desnuda
la joven desolación de los amantes.
Me enfrenté a mis últimas verdades
con la convicción de un necio,
comprendí que el hombre esconde a veces
la turbia presunción de su futuro
para creerse tan vivo como el resto.

Si la vida no llegó a defraudarme en todo,
fue gracias a la forma con que la vicisitud
enseña a reconocer la ternura verdadera.

Y si en algo glorifiqué mi rabia,
si odié más de la cuenta, no sé,
tal vez fue porque la adolescencia
es tan sólo el extraño sueño
que no puede perdurar
más que la verdad del tiempo.