12 jul 2007

Se apresura el germen impaciente de los días.
Los libros comprendidos, los gestos detallados,
la lujuria corrompida por extraños pesares,
las frías pinturas, que adornan lo vacío,
los nombres olvidados por un bien abstracto.
Las canciones feroces, los halagos, la inocencia…
La burda ingenuidad de creernos felices.
El canto conmovido de lo que la noche encierra,
el amor enemistado, su compleja paciencia,
la franqueza imposible, el destino anhelado.

Busca por ti mismo el sentido a estas cosas,
insiste, en lo que tu corazón consienta,
por amar la ruidosa prosperidad del mundo.
Mas no te convenzas nunca en tu contra;
no permitas que el mundo tanto te influya
hasta hacerte pensar que todo funciona.

Observa los densos matices del alba,
ten por maestra a tu luz y a tu sombra.
Ama la ruidosa prosperidad del mundo
creyendo que el amor todo lo torna.

Porque se apresura, lentamente,
el germen impaciente de los días futuros,
en que no seremos ya sino esta común historia.