29 jul 2007

Pasa el sol primero sobre el terrible rostro opaco,
que mi viejo amigo ya se obstina en ocultar,
porque la noche ha sido como un viaje,
un viaje lleno de oscuras tardanzas,
pesadas reminiscencias, y juegos,
salvajes como enredaderas arrancadas al azar.
Me pregunto de qué habrá servido, qué propósito,
si es que hubo alguno, se diría que ha tenido
el pasar la noche entera asustando a las damas,
tratando de parecer, como cada noche agotada,
el más febril, el más aciago de los hombres febriles.
Porque la noche ha pasado como un rayo violentísimo,
para iluminar el entierro de estas almas,
las cuales no se han saciado aún
como el viejo buda se saciara,
ahondando cada noche en la oscura noche oscura
hasta extraer su mal de sí. Hasta purificarse.
Lo cierto es que una noche en esta ciudad indigna
puede costarte el amor o la vergüenza.
Y aunque ninguna de ambas cosas importe demasiado
he dejado de beber, de parecer el más aciago,
de asustar a las damas con mi ostentada hombría.

Ahora sólo quiero que me dejen en paz,
que me dejen contemplar en paz el rostro de mi amigo
mientras el sol mortifica su embriagada angustia.
Ahora él merece todos mis respetos
por haber continuado con los ritos de la noche
hasta la inesperada salida del sol,
merece que le sonrían tranquilamente;
porque la noche ha sido como un viaje
del que él tendrá que regresar solo.