6 abr 2007

Fueron algunas horas de desvelo.
Presuntas horas de apatía marchita
lentamente consagradas al silencio,
las mismas que iniciaron el proceso
de absurda rebeldía ante el absurdo.
Conviene ante la noche olvidar sin más,
dejar atrás los entresijos del día iluminado,
para recomenzar desde el primer vacío
el siguiente amanecer,
el primer día sucesivo.
Pues ante la noche el vigilante accede
a contemplar desde la sombra interior
el reverso del orden cotidiano.
El insomne, en su turbia soledad supone,
que su mente abarca el retorcido laberinto
del que son presa los durmientes.
Los durmientes, sin embargo, no suponen:
habitan cada noche el inframundo
de su propia conciencia indescifrable.

Al siguiente día la vida cobraría otro sentido.
Los hechos se encadenan con brutal lucidez,
mostrando la trama secreta que siguieran los días.

Pues no hay final alguno en el principio de la noche.

Aunque tratemos de recomenzar a diario,
la vida continúa irremediable,
aunque olvidemos con cada nuevo despertar
los detalles más aciagos del pasado.