25 mar 2007

Deja tras de ti la íntima sospecha,
el agravio de sentir lejos todo lo que te rodea.
Las horas que pasaste con ellos,
quiénes dijeran ser fieles merecedores
del último capítulo de tu libertad,
no enmendarán el fracaso lícito
de una voluntad más fuerte que el olvido.
Si a su lado estuviste, fue por no estar solo.
Si al final te acostumbraste, calladamente,
al molesto estímulo de su triste burla,
de algún modo venciste ante ti mismo.

Procede ante la vida igual que ante la sombra,
dejando tras de ti el peso de su engaño.
Pues el corazón merece lo que anhela,
sin que haya posibilidad de ignorar su pálpito.

Aunque sea en soledad, algún día escucharás contigo
el extraño discurrir de tu propia sangre. Si ha de negar,
niega por ti mismo el mal que la amistad
puede causar a quien aguarda lo imposible.
Si ha de asentir, ya sea ante el dolor causado
o ante el amor injusto; afirma con tu sangre,
con toda la voluntad que nazca dentro de ti,
afirma lo que bien sabes podría sostenerte
hasta el cumplimiento de todos los presagios.

Obedece, pues, el mero susurrar de tus sentidos
cuando no haya prueba alguna del destino.
No consientas por miedo, ni por amor te calles.
Porque el ardid más terrible de la soledad
te podría llevar a conformarte con nada.