11 feb 2007




El unánime desconcierto, emblema de los vivos,
muda cerrazón proclive al regreso de la carne.
El súbito estertor de la paciencia, última falsedad,
agrio inconveniente de una incomparable espera.
Una hora contemplada sin nadie, basta para entender
que la tibieza del horror es señal de indiferencia.
Aunque fuera innecesario dedicar más tiempo
a los indicios que la muerte ofrece cada día,
bastaría con soñar, por una hora, el sueño del amor
para darse cuenta de cómo, entre una distracción y otra,
han ido resollando los ávidos festejos de toda soledad.